viernes, diciembre 12, 2008

Inmensa nostalgia

A veces uno pierde el control de la vida y todo se destruye. No hay forma de deterner el efecto dominó de un error, inevitablemente, la desolación llega y duele el alma perderlo todo, estar solo en medio de toda la culpa, del abandono de las personas que queremos, de la incomprensión, del silencio, de la ausencia.

Caemos vertiginosamente entre recuerdos de lo que perdimos, de lo que nunca más volverá, de los errores, de los momentos en que uno fue tan estúpido. A todas horas una a una pasan las imágenes: al cierrar los ojos, al quedarse pegados viendo televisión sin ver, mirando el vacío sentado en un parque fumando un cigarro, entre un grupo de gente donde sólo tu cuerpo está presente y la mente está en un viaje de nostalgia a meses atrás cuando lo tenías todo y no lo aprovechaste.

Y todo gira en torno a estos recuerdos, a estas imágenes que de lo que fue y de lo que queríamos para más adelante, porque, además del pasado, las ilusiones del futuro también se destruyen y no hay más futuro que el desolado presente. Este es el puto vicio de recordar de que somos culpables, que podríamos haber hecho mejor las cosas, que debimos haber pensado dos veces antes de decir cualquier burrada y nos arrepentimos eternamente de no haberlo besado, abrazado y decirle cuánto lo querías mientras dormías con él...

Cuando sentimos que está todo destruido en la vida, siempre, siempre, la imaginación empieza a jugar con uno. Una canción, una palabra, un olor, un depertar a media noche se convirte en un desencadenador de ideas vagas, a veces sin sentido, y solo queda las ganas de llorar al ver que todo se fue y no volverá ni hoy, ni mañana ni nunca, porque una vez destruido todo, por un lado, la gente tiene el afán de huir y olvidar todo lo que diste por ellos y, por otro lado, uno es demasiado cobarde para asumir la realidad.

Atando cabos uno llega a grandes conclusiones sobre la vida, dicen que uno así aprende y que todo pasa por algo, pero pamplinas con la experiencia, pamplinas con aprender sufriendo, cuando uno está destruido no ve aquello, no sirve para dar vuelta la página.

Solo queda sacar los escombros, limpiar el terreno, sacar a ventilar los recuerdos bellos y malos, pedir perdón y disculparse por ser tan bruta, tan burra y dejar que huyan los heridos. Duelen hasta las uñas y las lágrimas. A veces una testaruda como yo se abraza a los recuerdos y no puede limpiar su tierra, su vida.

Aquellas obstinadas necesitamos más de tiempo, porque en cada segundo de dolor tenemos la recóndida esperanza de que algún día vuelvan los tiempo que sólo una recuerda con inmensa nostalgia.

2 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

yo soy obstinada pero no quiero volver, quiero creer que las cosas fueron ciertas y no una sarta de mentiras, de una egolatria sin limites, donde fuiste nada mas que una pileta de deseos cumplidos, pero nada mas que eso...

quizas algun dia, las cosas vuelvan a valer la pena, y esta rabia que em embarga ya no exista se transforme en experiencia y madurez o quizas dure guaradada como rencor, hacia por la ineguidad de creer en quien amabas, en el momento que lo amabas

diciembre 21, 2008 10:31 p. m.  
Blogger Ruth L. Acosta dijo...

Me resulta curioso entender que hay situaciones que vivimos y sobre todo sentimos, sufrimos y asumimos que somos las únicas personas en el mundo que pasamos por ellas, terminamos encerrándonos en nuestro propio dolor, en nuestra concha, a veces, como en mi caso, en nuestra soledad y en el silencio. No es que me resulte agradable saber que otras personas sufren lo mismo ó más, sino que me siento acompañada por ellas y justificada totalmente, al darme cuenta que hay un mundo afuera de personas con los mismos sentimientos, es decir, hay gente que se conmueve, que sufre, que me entiende.

Un abrazo y mis cariños,

enero 16, 2009 2:40 a. m.  

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